Era de madrugada. Más de las tres pero no superaba las cinco. Quizá parezca
que no es un dato de gran importancia, pero creo que es necesario recordar, que
es de madrugada cuando ocurren cosas maravillosas y excepcionales. Es en esta franja horaria cuando se encuentran grandes respuestas en forma de revelaciones, y
porque no decir que las preside la casualidad.
Al ritmo que se fumaba un cigarro, un amigo nos confesaba que es cuando
baila con una chica se da cuenta si valdría la pena enamorarse. Que es en el
preciso instante cuando le da una vuelta a la bailarina, se fija en qué tipo de
persona tiene cogida de la mano, mirándola a los ojos, encuentra la magia o el
sueño en su defecto. Y no solo tiene pensamientos amorosos en esos segundos, a
veces se imagina a aquella chica en unos años, perdiendo autobuses, o en una
biblioteca buscando su género literario favorito, luego su escritor y por
ultimo ese libro que con orgullo mantiene en la mesita de noche, se la imagina
eligiendo el vestido que llevaría esa noche, y pintándose los labios rojos con
los que marcaba las copas.
Se la imagina, que no es poco. Fue cuando pensé que todos tenemos una serie
de revelaciones, en sucesos ordinarios o comunes, que nosotros vemos fuera de
lo común, y por lo tanto interesantes.
Que la atracción solo es eso, un interés, algo así como una fuerza magnética
que hace que hagamos confesiones ebrios, y esta vez no hablo de alcohol, sino
de magia.
Gracias a recuerdos del sábado por la noche, los domingos sigo creyendo que
ahí fuera existe lo inimaginable. No apto para escépticos.
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